El cristiano vive en permanente tensión-hacia. Sabe que está en la tierra de la desemejanza, por ello vive anhelando la semejanza perdida por el pecado original, la "nueva tierra" que colmará sus aspiraciones más íntimas y le dará la felicidad. La vida del cristianismo se nutre de la esperanza, más aun, es esperanza; esperanza que es peregrinación iluminada por la resurrección de Cristo. Pero como peregrinaje, es a su vez anhelo profundo, desgarrante, por la lejanía de lo que espera. El cristiano es el peregrino por excelencia. Está en camino, oteando con la mirada el horizonte, buscando el sendero que le conduzca hacia la posesión plena y definitiva de lo que ya posee como en semilla.
Germán Doig K
martes, 2 de diciembre de 2008
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