viernes, 23 de octubre de 2009

martes, 20 de octubre de 2009

Testimonio de misiones


Hace tres años, en julio de 2006, viajé de misiones con un grupo de chicas de diversas universidades y edades. Estuvimos casi una semana en Rivas, un caserío pequeño y todo cuesta arriba situado a media hora de la ciudad de Huaraz. Ahí fue donde realizamos toda nuestra labor apostólica, involucrándonos con la gente del pueblo y entregándonos mucho. La experiencia fue súper exigente, pero fue una de las más especiales de toda mi vida. El lugar y la gente marcaron mi vida de una manera única, y se quedaron en mi corazón para siempre. Fue tanto así que, unos meses más tarde, un grupito de chicas viajó a Rivas a hacer una pequeña y corta campaña de Navidad, y yo les envié a algunos de los niños unas fotografías que había tomado, para que las guardaran como recuerdo.

Pasaron los años y, hace una semana, casi al final de un viaje a Huaraz que realicé con mi familia para aprovechar un fin de semana largo y hacer un poco de turismo, decidí tomar un taxi y subir hasta Rivas para recordar mi experiencia de misiones y buscar a algunos de los niños con los que había jugado y conversado tres años atrás. Cuando llegué, me llené de una alegría muy particular; todo me traía recuerdos maravillosos y no podía dejar de sonreír. Empecé a caminar, y en el camino me encontré con varios pobladores, incluyendo a dos niñas que se acordaron de mí, a un señor que me recibió con inmensa alegría, y a dos ancianitas muy pobres. Seguí subiendo para tratar de encontrar a Ronald, un niñito que yo quise mucho, y no paré hasta encontrarlo. Estaba jalando a un toro inmenso para llevarlo a trabajar al campo. Al verme, después de un momento me reconoció y nos abrazamos muy fuerte. Me despedí de él, y empecé a regresar hacia la plazita del caserío, ya para regresar a la ciudad, porque una hora después partía hacia Lima.

Cuando me iba, sin embargo, me llamó la atención un niño que, junto a su papá, estaba arando la tierra utilizando dos toros. Como yo nunca había visto eso personalmente, tomé una fotografía a la escena. En ese momento, sin embargo, el niño que trabajaba con su padre volteó y me reconoció, así que se acercó tímidamente y me dio el alcance en la entrada del pequeño colegio de Rivas, al que me había acercado para tomar unas fotos como parte final de mi visita. Este niño, al que reconocí al instante – aunque él tuvo que recordarme su nombre -, se llamaba Henry. Lo saludé, lo abracé, conversamos un ratito, me presentó a su hermanito Jorge, nos tomamos una foto y nos despedimos. Entonces yo subí al taxi, que me había estado esperando, y comencé a descender por el camino de trocha. De repente, Henry se asoma por el camino, y yo veo por la ventana que estaba sonriendo, sosteniendo y mostrándome una foto de nosotros dos, esta que las misioneras de diciembre le habían hecho llegar. Sin pensarlo dos veces, le dije al taxista que parara y me acerqué corriendo a Henry, que estaba con todos sus hermanitos. Él conservaba todavía el sobre en el que yo le envié las fotos, y lo había aprovechado para meter ahí también otras fotografías de su vida y de su familia. A penas me vio, su primera reacción fue querer enseñarme las fotos de su Primera Comunión. Yo no lo podía creer… Estaba muy emocionada y conmovida, y sólo conseguía pensar en lo mucho que el Señor había marcado el corazón de este niño tan especial en los pocos días que estuvimos en Rivas. Yo le sonreía… Antes de irme, los abracé a todos, les tomé una foto, y les prometí que iba a volver.

Y cómo no volver… ¡SI LAS MISIONES VALEN LA PENA!, ¡SI EL SEÑOR JESÚS TRANSFORMA LOS CORAZONES PARA SIEMPRE!

Fotos:
arriba:Henry y Male en Misiones 2006;
medio: la familia de Henry;
abajo: Henry y Male el 2009

Male Calvo Pérez S.