Es 30 de agosto, una fecha muy especial para todos los católicos porque recordamos a Santa Rosa de Lima, pero aún más relevante para aquellas personas que son llamadas a transmitir la vida del espíritu. Aquel espíritu que con su gracia nos hace brillar y nos recuerda que somos hijos, hermanos y apóstoles de Dios.
Todos nos reunimos en La Casa de Dios, nuestra casa. Al transcurrir los minutos, se acerca la hora de partir al encuentro... un encuentro con nosotros mismos. Nos espera una larga jornada.
Ella va tranquilita y nos mira con esos ojos tiernos que la caracterizan y que transmiten su dulzura maternal.Ella nos observa durante la charla, nos vigila y su mirada atraviesa nuestro interior hasta llegar a cada uno de los corazones allí presentes. Al terminar de almorzar, salimos a jugar como niños cuando salen al recreo, Ella sonríe y nos acompaña.
El atardecer está por caer y es hora de darle un toque final a esta jornada. Aunque este día hemos compartido y convivido juntos, concluimos que todos y cada uno de nosotros somos un grano de mostaza. Dios cruzo nuestros caminos para seguir sumando personas que busquen y quieran alcanzar la santidad.
Son más de las 7:30pm y no llegaríamos a la cena con el Señor, pero con Ella todo es posible, hasta las malas noticias se vuelven buenas. Dios nos esperaba con la cena lista, solo faltaban los invitados y aquellos éramos nosotros. Nuestras voces emitieron sonidos fuertes y rígidos en los cánticos de la cena, Dios estaba presente y Ella también, entonábamos los cánticos al unísono y las voces salían del fondo de nuestros corazones.
Al terminar la cena, cada uno de nosotros se fue despidiendo, su rostro angelical y sus ojos penetrantes pero no intimidantes nos indicaban un "hasta luego". Se preguntarán quién es Ella. Su nombre es María, Virgen María.
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